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Domingo 11
Noviembre 2007
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ESPECIAL: VINOS ARGENTINOS
Los clásicos: los bodegueros de ayer, hoy
Cuatro grandes viñateros mendocinos explican los motivos del boom que atraviesa su sector, recuerdan otros tiempos y piden no dormirse en los laureles.
Por: texto: Daniel dos Santos (ddossantos@clarin.com) fotos: Hernán Rojas
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Susana Balbo y José Alberto Zuccardi brindan en un viñedo de Maipú, en su provincia, Mendoza.
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Aunque suene increíble, algo relaciona al socavón de una mina staliniana, el humor de los loros, la obstinación del granizo, la nieve –a veces generosa, otras mezquina– de las altas cumbres andinas, un supermercadista californiano, la ausencia de salvaguardas en los tratados internacionales y la carencia, por años, de un modelo de industria para armar. Dicho esto sin tomar una sola copa, variables tan curiosas, muchas impredecibles y la mayoría inmanejables para un bodeguero, hacen deshacen también el destino del vino argentino. Y para que parezca todavía más difícil, el rompecabezas posee más fichas de las que se le reparten a cada jugador como para que la imagen total del negocio quede perversamente inacabada. Un poco de orden en la exposición entonces no vendría nada mal. Mendoza produce el setenta por ciento de los vinos locales. De las grandes bodegas, pocas permanecen en manos de capitales argentinos. No resulta raro que sea así. Las crisis –usemos esa palabra tan fea y recurrente– cíclicas del sector vitivinícola hicieron historia y liquidaron a familias enteras de prosapia bodeguera. Alguna lograron resistir, otras intentan la vuelta con bodegas boutique de producción modestísima y calidad superior, muchas ya no están. La ocurrencia en esta nota fue ponerle la cara al vino argentino de capital argentino. No, por supuesto, de chauvinistas, ni para ser contreras en un mundo tan globalizado. Sino como un posible abordaje al tema. Tampoco, claro, están todas los que deberían. Bajo una veleta con la que juguetea el zonda, José Alberto Zuccardi –línea de vinos del mismo nombre; 600 hectáreas de viñedos; 16,5 millones de litros de capacidad de vasija– gira la cabeza y mira a la cumbre. Aliviado dice: "Por suerte, sigue nevando". Acá abajo, en Maipú, cae un sol sin mancha sobre las vides. Uno se lo imagina en pleno verano y pronto se da cuenta de que la nieve de ayer será el riego imprescindible de mañana en este desierto (porque Mendoza es eso). No por nada, la empresa fundada por su padre en 1963, tuvo que ver con el agua. "Empezó esta finca para demostrarle a otros productores la adaptación de un nuevo sistema de riego con caños de cemento, pero luego se apasionó por la vitivinicultura y hoy, a los 86, sigue trabajando. Para nosotros –suelta una frase que dicen que suele repetir–, el vino más que un negocio es una forma de vida." La falta de sorpresa por la infidencia de un colega no la hace menos creíble. Tal vez porque Zuccardi (tres hijos que se dedican a lo mismo), tijera en mano, se había puesto a explicar cómo podar unas vides de cepa malbec en medio de sus podadores. Pasión, claro, no les falta a los bodegueros. Y a algunos les viene de lejos. En 1901, el abuelo de Alberto Arizu, Leoncio, fundó la empresa familiar (línea de vinos Luigi Bosca, Finca La Linda, Finca Los Nobles y Gala; capacidad de vasija, 5 millones de litros; unas 600 hectáreas de viñedos). Tiene una linda forma de decir que "lo que no pueden comprarme son los genes" y confiesa que la bodega resistió las crisis porque también cultivan aceitunas y con los dos ciclos más o menos se la arreglaron, amén de que los vinos finos fueron menos afectados por la hecatombe. Arizu se levanta a las 6.20 y hasta el mediodía recorre sus viñedos: compara las vides, ve si los racimos vienen más chicos, si hay injertos posibles... El cuenta que a principios de los '90 bajó de nueve a tres dólares el precio del kilo de acero porque Rusia puso a trabajar a full sus minas de níquel (las mismas adonde Stalin condenaba a trabajos forzados a los opositores). Y el níquel es un gran componente del acero inoxidable. Así, las bodegas de capitales argentinos pudieron renovar sus tanques, "que eran pocos y de mala calidad", aunque, claro, los bancos les seguían prestando a 25 por ciento anual contra una tasa de inflación de no más del 8. Pero bueno, eran otros tiempos. ¿O no? Economista recibido en Mendoza y en Columbia, Nicolás Catena Zapata –líneas de vino Saint Felicien, Estiba SF, Angélica Zapata y Catena Zapata; capacidad de vasija de 2,8 millones de litros; 425 hectáreas de viñedos– fue como profesor invitado a la universidad de California. Pero el costado bodeguero lo llevó pronto hasta Napa Valley (bah, en el primer fin de semana), donde se habían propuesto hacer tan buenos vinos como los franceses, añejándolos en toneles de roble nuevo para no oxidarlos y destruir el aroma de las frutas y aportarle el de la vainilla. Justo para donde rumbeaba el gusto internacional. Eso pasaba en 1983, algo así como 81 años después que el abuelo italiano de Nicolás plantara su primera vid en Mendoza. "¿Por qué no hacer algo así acá? Me puse a estudiar el clima, los suelos y una serie de condiciones similares que tenían Napa y Mendoza. La primera cosecha buena que creí en condiciones para competir con los mejores vinos del mundo fue la del '90", explica ahora este hombre que confiesa que descubrió que le gustaba el vino cuando ya había pasado los veinte. "Fue con mi padre, que había hecho un jamón casero riquísimo... Y debió haber sido un Malbec porque era muy oscuro, de mucho color." Sigamos. ¿Pero tener una buena cosecha lo es todo? Permítanme una sonrisa. "A principios de los '90 éramos don nadie afuera , y nos recibe uno de los mayores importadores de EE.UU. Mi esposa le dice que quiere vender nuestro vino a 15 dólares en las góndolas. 'No se ofenda, pero Argentina no tiene historia para vender a un vino a ese precio. Para ponerlo a 15 dólares, debería tener la misma calidad que un vino californiano de 30 dólares', le dijo él. '¿Y si hace la prueba?', retruqué. Hoy ese importador de Massachussets es nuestro principal mayorista." Con el derecho de piso pago –aún hoy hay vinos argentinos en vinerías de Nueva York más baratos que en el súper de su barrio–, las exportaciones de vinos argentinos superarán este año los US$ 400 millones anuales y van en aumento. LA UNION HACE LA FUERZA Con un apellido que dejó huella en el mundo de los vinos, Susana Balbo enlazó una historia curiosa: su empresa nació en medio de la recesión del '99 y en 2002, en plena crisis, recién terminó su bodega (Dominio Del Plata; líneas de vinos Crios, Anubis, BenMarco y Susana Balbo; 65 hectáreas; capacidad de vasija de 750.000 litros). La clave para sobrevivir fue el mercado externo, donde aún hoy vuelca la mayoría de su producción. Aunque ahora habla como dueña de una bodega, Balbo también es presidenta de Wines of Argentina, una organización que promueve el vino argentino en el exterior. "Damos conferencias para mostrar por qué enólogos de todo el mundo eligen a la Argentina como destino de sus propias inversiones. La razón parece simple: es un lugar único. Pero todas esas ventajas comparativas se pierden por no tener tratados internacionales", dice. Zuccardi –estaría bien calificarlo de gremialista porque está sentado en la mesa de la Corporación Vitivinícola Argentina – reclama: "Necesitamos que cuando se negocien acuerdos internacionales el vino esté presente". Y también recuerda un clásico de los bodegueros: "Competimos en inferioridad de condiciones con los chilenos, que tienen ventajas arancelarias que nosotros no tenemos". La competencia con otros países no parece algo traído de los pelos, pero ¿habrá internas entre los bodegueros locales? "Somos argentinos. Ahí la respuesta es obvia", sonríe Zuccardi. Pero algo ha cambiado. Es la primera vez que hay un plan estratégico vitivinícola con miras al 2020 que busca además de la promoción, la integración de productores y la inversión en investigación y desarrollo. Aunque esto suene aburrido para el consumidor, no debería serlo si al descorchar una botella quiere mayor calidad. "Hasta ahora la vitivinicultura estuvo fundada sobre un profundo individualismo, pero estamos aprendiendo", dice Zuccardi. Hoy parece que asoma un modelo para armar. Y hablando de individualismo, ¿cómo se sentirá bautizar un vino con su nombre? "Yo lo interpreto como que uno se hace responsable, pero en realidad, me da miedo. Si voy a cenar con amigos, lo peor que puede pasar es que pidan un vino mío. No es agradable vivir siendo juzgado por la gente", explica Catena Zapata, quien confiesa que cuando sale vive probando vinos ajenos. "Lo mismo –dice–, la gente debe pensar: 'Si le puso su nombre, es porque se lo toma en serio'." Otra idea parece tener Enrique Chrabolowsky, autor junto a uno de los popes del mundo del vino, Michel Rolland, del libro/objeto Vinos de Argentina . Para él, es una costumbre muy feudal, pero que al consumidor poco le importa. "Se puede tener la mejor marca, la mejor etiqueta, el mejor envase, pero si el vino no es bueno, a la segunda botella no se la toma nadie." Sin que hubiera oportunidad a tomar una copa, quedaron explicadas las variables del principio: el gulag staliniano, la nieve en las cumbres andinas, las salvaguardas internacionales, el modelo para armar y el importador estadounidense. Y éstas son sólo algunas de las que sacan el sueño a los bodegueros. Pero faltan el humor de los loros y la obstinación del granizo. Acá va: son dos de los grandes depredadores naturales de la uva. Ah...
Ah!, una cosita más
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Este es un espacio colectivo que busca hablar de Vino, de gastronomía , de amigos. La vinateria Yáñez edita esta revista en papel desde 1986 y ahora disfrutamos de compartir esta experiencia internaútica con ustedes. Este espacio está abierto a colaboradores, profesionales y aficionados que deseen exponer sus opiniones en torno al vino, a la gastronomía, a los viajes, a la cultura.
El magacine de la Vinatería Yáñez
Ciriaco Yáñez editor
Beatriz Fraj
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