publicado en mundorecetas.com
Por Caius Apicius Cambados (Pontevedra), 6 ago (EFE)2001?2003?
.- Un año más hemos festejado al Albariño, que es el vino más occidental de Europa, el vino del mar, el vino del fin del mundo... y un vino adecuadísimo para el verano, como ocurre en general con todos los vinos blancos, con o sin burbujas. Los Albariños del 2000 parecen gozar de bastante buena salud, aunque esta cosecha ha tardado en dar la cara; esto nos lleva a negar, una vez más, que el Albariño sea un vino que hay que beber rápidamente, casi con urgencia, en el plazo de un año. Eso es lo que se ha dicho siempre... pero nada más inexacto.
Es posible que eso valiera para los Albariños que yo ya llamo `antediluvianos`, pero en ningún caso es aplicable a los Albariños bien elaborados de ahora mismo. Un buen Albariño sabe evolucionar, crecer, con el paso del tiempo; va puliendo ímpetus infantiles y se convierte en un vino muy serio. Hombre, tampoco es que sea un vino `de guarda`; pero no hay que correr tanto para beberlo. Las prisas, en esto del vino, no son nada buenas. Uno jamás ha acabado de entender el jolgorio que se montan los franceses con el `Beaujolais nouveau`, un vino lactante, recién nacido y, en general, bastante decepcionante. Tampoco -aunque reconoce que esto es personal- ha sido nunca partidario de los tintos jovencitos. Ni siquiera de los Albariños embotellados en el otoño de su vendimia.
Por estas tierras pontevedresas hay dos tendencias en la fecha de embotellado del Albariño: quienes lo embotellan apenas hecho, en un afán de salir cuanto antes al mercado, justificable si se quiere en años siguientes a uno muy escaso, y quienes saben esperar. Los Albariños embotellados tras una prudente espera, allá por la primavera, salen mejores, o al menos a mí me lo parece así. Pero estos Albariños bien hechos de ahora alcanzan su cumbre en su segundo año. Han perdido, quizá, algunos aromas jóvenes, muy especialmente los apuntes herbáceos que afloran en un Albariño muy joven; pero lo compensan con una elegancia que da el paso del tiempo, una complejidad que no se improvisa. Se convierten en grandes vinos... cuando dejan atrás la infancia e incluso la adolescencia.
Estos Albariños del 2000 empiezan a explicarse ahora, pero todavía se guardan cosas dentro; habrá que saber esperar. Pero no es fácil, ni siquiera en el mundo del vino, desterrar los tópicos, entre ellos éste de que los blancos `jóvenes` -yo prefiero llamarles `sin crianza`- hay que beberlos deprisa. Hay un ejemplo esclarecedor. La presidenta del Consejo Regulador de la Denominación de Origen Rías Baixas, Marisol Bueno, lanzó al mercado, hace un par de años, un vino que había estado en depósito de acero casi tres años. Fue toda una revelación: ese vino era magnífico, y fue aclamado como el mejor blanco español sin madera de la historia.
No tenía, claro está, las características juveniles de los Albariños al uso; pero su evolución había sido gloriosa. Los aromas florales habían dado paso a notas de fruta distintas a las clásicas de uva madura y manzana verde; en la nariz se detectaban incluso elegantísimos apuntes mielados... Se parecía, de verdad, a un buen Pouilly-fumé, que es uno de los mejores vinos blancos del mundo después, claro, de los ilustrísimos Chardonnay de la Borgoña. Alguien dijo, y yo se lo creo, que el mejor vino blanco es... el que más dura. Esos blancos borgoñones, los Montrachet, los Meursault, duran años; hace poco, en una ocasión memorable, probamos el escasísimo Montrachet de la Romanée Conti, del 96. Era sublime, inolvidable, un vino para recordar -y desear- toda la vida.
No voy a comparar los Albariños pontevedreses con los Chardonnay borgoñones; comparar entidades diferentes, como ocurre con quienes se dedican a comparar cava con champaña, es absurdo; cabe el `a mí me gusta más...`, pero sin pontificar. Un Albariño es una cosa, y un Chardonnay, otra; ambas, eso sí, son buenísimas. En fin, que es verano, aunque en algunas partes sea más verano que en otras, y que apetece, a la hora del aperitivo, una copa de blanco, fresquito, que no helado: eso queda bien con las burbujas, pero no con los vinos `tranquilos`. Un exceso de frío anula casi todos los aromas. Sírvanlos a ocho grados, para que en muy poco tiempo se pongan a diez. Sirvan poco cada vez, para que no se caliente demasiado.
Y disfruten del Albariño, o de cualquier otro buen blanco, que hay muchos por ahí adelante. Así, cuando alguien les diga esa solemne majadería de que "el mejor vino blanco es un tinto", podrán, más que tratar de rebatirle su opinión, mirarle con conmiseración... mientras paladean, ustedes que sí que saben, un grandísimo vino blanco.
Por Caius Apicius Cambados (Pontevedra), 6 ago (EFE)2001?2003?
.- Un año más hemos festejado al Albariño, que es el vino más occidental de Europa, el vino del mar, el vino del fin del mundo... y un vino adecuadísimo para el verano, como ocurre en general con todos los vinos blancos, con o sin burbujas. Los Albariños del 2000 parecen gozar de bastante buena salud, aunque esta cosecha ha tardado en dar la cara; esto nos lleva a negar, una vez más, que el Albariño sea un vino que hay que beber rápidamente, casi con urgencia, en el plazo de un año. Eso es lo que se ha dicho siempre... pero nada más inexacto.
Es posible que eso valiera para los Albariños que yo ya llamo `antediluvianos`, pero en ningún caso es aplicable a los Albariños bien elaborados de ahora mismo. Un buen Albariño sabe evolucionar, crecer, con el paso del tiempo; va puliendo ímpetus infantiles y se convierte en un vino muy serio. Hombre, tampoco es que sea un vino `de guarda`; pero no hay que correr tanto para beberlo. Las prisas, en esto del vino, no son nada buenas. Uno jamás ha acabado de entender el jolgorio que se montan los franceses con el `Beaujolais nouveau`, un vino lactante, recién nacido y, en general, bastante decepcionante. Tampoco -aunque reconoce que esto es personal- ha sido nunca partidario de los tintos jovencitos. Ni siquiera de los Albariños embotellados en el otoño de su vendimia.
Por estas tierras pontevedresas hay dos tendencias en la fecha de embotellado del Albariño: quienes lo embotellan apenas hecho, en un afán de salir cuanto antes al mercado, justificable si se quiere en años siguientes a uno muy escaso, y quienes saben esperar. Los Albariños embotellados tras una prudente espera, allá por la primavera, salen mejores, o al menos a mí me lo parece así. Pero estos Albariños bien hechos de ahora alcanzan su cumbre en su segundo año. Han perdido, quizá, algunos aromas jóvenes, muy especialmente los apuntes herbáceos que afloran en un Albariño muy joven; pero lo compensan con una elegancia que da el paso del tiempo, una complejidad que no se improvisa. Se convierten en grandes vinos... cuando dejan atrás la infancia e incluso la adolescencia.
Estos Albariños del 2000 empiezan a explicarse ahora, pero todavía se guardan cosas dentro; habrá que saber esperar. Pero no es fácil, ni siquiera en el mundo del vino, desterrar los tópicos, entre ellos éste de que los blancos `jóvenes` -yo prefiero llamarles `sin crianza`- hay que beberlos deprisa. Hay un ejemplo esclarecedor. La presidenta del Consejo Regulador de la Denominación de Origen Rías Baixas, Marisol Bueno, lanzó al mercado, hace un par de años, un vino que había estado en depósito de acero casi tres años. Fue toda una revelación: ese vino era magnífico, y fue aclamado como el mejor blanco español sin madera de la historia.
No tenía, claro está, las características juveniles de los Albariños al uso; pero su evolución había sido gloriosa. Los aromas florales habían dado paso a notas de fruta distintas a las clásicas de uva madura y manzana verde; en la nariz se detectaban incluso elegantísimos apuntes mielados... Se parecía, de verdad, a un buen Pouilly-fumé, que es uno de los mejores vinos blancos del mundo después, claro, de los ilustrísimos Chardonnay de la Borgoña. Alguien dijo, y yo se lo creo, que el mejor vino blanco es... el que más dura. Esos blancos borgoñones, los Montrachet, los Meursault, duran años; hace poco, en una ocasión memorable, probamos el escasísimo Montrachet de la Romanée Conti, del 96. Era sublime, inolvidable, un vino para recordar -y desear- toda la vida.
No voy a comparar los Albariños pontevedreses con los Chardonnay borgoñones; comparar entidades diferentes, como ocurre con quienes se dedican a comparar cava con champaña, es absurdo; cabe el `a mí me gusta más...`, pero sin pontificar. Un Albariño es una cosa, y un Chardonnay, otra; ambas, eso sí, son buenísimas. En fin, que es verano, aunque en algunas partes sea más verano que en otras, y que apetece, a la hora del aperitivo, una copa de blanco, fresquito, que no helado: eso queda bien con las burbujas, pero no con los vinos `tranquilos`. Un exceso de frío anula casi todos los aromas. Sírvanlos a ocho grados, para que en muy poco tiempo se pongan a diez. Sirvan poco cada vez, para que no se caliente demasiado.
Y disfruten del Albariño, o de cualquier otro buen blanco, que hay muchos por ahí adelante. Así, cuando alguien les diga esa solemne majadería de que "el mejor vino blanco es un tinto", podrán, más que tratar de rebatirle su opinión, mirarle con conmiseración... mientras paladean, ustedes que sí que saben, un grandísimo vino blanco.
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